Ya habíamos estado en Tenerife una vez. Conocíamos algunos pueblecitos con encanto y el parque nacional del Teide… pero no habíamos hecho senderismo por allí hasta ahora. En Tenerife hay mucho que descubrir, mucho que caminar, muchas montañas que subir… y bajar.
Estuvimos, entre otros lugares, en la Cueva del Viento. Es el mayor tubo volcánico de la Unión Europea. Fue originado por coladas de Pico Viejo, situado junto al Teide. La entrada vale 15 euros por persona, pero es dinero bien invertido. El guía te explica todo sobre los tipos de lava y los volcanes y cómo se formaron las galerías. Si algún día vais a Tenerife no dejéis de visitar la Cueva porque es impresionante. Ponemos aquí la página web, por si queréis leer acerca de la cueva y porque es conveniente reservar antes de ir, para tener plaza.
http://www.cuevadelviento.net/
También estuvimos haciendo una ruta por el parque Rural de Anaga. El punto de partida era Chamorga, donde dejamos el coche. Fue una ruta circular con bastante desnivel, donde se suceden distintos tipos de paisaje. Con zonas muy verdes, acantilados, playa de arenas negras y zonas donde parece que estés caminando por un desierto. El recorrido es precioso. Hay muchos senderos que se pueden hacer por el parque rural y desde luego, cuando algún día volvamos a Tenerife, iremos a caminar por Anaga y lo seguiremos descubriendo.
Las últimas tres jornadas las pasamos caminando por el parque Nacional del Teide mientras duraba el día. Paisajes que por momentos recordaban al planeta Marte que sale en las películas.
Visualmente no puedo decir qué fue lo que más me gustó, porque todo tiene su encanto… pero desde luego de este viaje nos quedaremos con la experiencia de haber conseguido subir hasta Pico Viejo, con una altitud de 3134 metros. Llegar a la cima y ver el enorme cráter significó todo. Significó una gran victoria para nosotros a nivel físico; pero sobre todo, a nivel emocional.
CRÓNICA DE UN ASCENSO.
Sábado 10 de diciembre.
Pico Viejo, con 3134 metros sobre el nivel del mar; nos han comentado que su cráter es espectacular… pero también que el ascenso es muy duro. A su lado se alza el Teide, tan solo 584 metros más alto.
La dificultad de la ruta no era de nivel medio o alto como fue nuestra última gran ruta: la de Andorra… la dificultad marcada era de nivel extremo. Pasamos por el lugar donde partía el sendero. Era el número 9. Duración 8 horas de ascenso para llegar a la cima del Teide, pasando por la cima de Pico Viejo… y avisaban del gran esfuerzo físico requerido. Y aunque nosotros no queríamos llegar al Teide, sino a Pico Viejo… se nos hacía una montaña (nunca mejor dicho). Veías allá arriba la cima, parecía inalcanzable, lejana en todos los sentidos, no solo por distancia, sino por desnivel… las laderas de la montaña parecían de más de 45 grados (está claro que no subes en línea recta, sino que los senderos intentan hacerlos de la forma más cómoda y en zigzag) y tampoco sabíamos cómo podría ser el suelo… por allí la cosa era muy variada. Se pasaba de tierra a grava y después a arena y mucha piedra suelta… no sabíamos cómo podría ser el ascenso. Exploramos un poco, subimos unos metros y nos encontramos a dos señores que se habían retirado cuando les quedaban aproximadamente 250 metros de altura para llegar… ellos estaban bien equipados, llevaban bastones de montaña, tenían pintas de subirse una montaña cada día… y nos dijeron que la subida estaba siendo espectacular, pero que no podían más y que tuvieron que bajar, aunque el grupo con el que iban siguió hacia la cumbre. Nos avisaron de que el ascenso era complicado porque a partir de cierta altitud el suelo se convertía en arena y era muy difícil avanzar. “¡Das un paso y retrocedes tres!” nos decían. “Pero lo importante es disfrutar de esto” Y tenían toda la razón. Subimos un poco más, tal vez durante 10 minutos más y el desnivel era demasiado… yo no podía más, decidimos bajar. Cuando llegamos al lugar de aparcamiento vimos a los dos señores esperando a su grupo y les hicimos un gesto explicándoles que habían tenido mérito de llegar hasta casi la cima.
Durante la vuelta al hotel, nuestra cabecita seguía en marcha tejiendo posibilidades, imaginando ese espectacular cráter y qué podría suponer el llegar allá arriba. Calculando tiempos estipulados y nuestros propios tiempos (que siempre son mucho más largos de los que marcan en los senderos, que parecen estar hechos por montañeros como Calleja que se suben las montañas a pata coja y con los ojos cerrados). Teniendo en cuenta también la altitud de la que se parte (no es lo mismo caminar por una ciudad costera, que caminar partiendo de una altitud de 2.000 metros sobre el nivel del mar y en ascenso). Además estábamos doloridos de caminar ese día y el día anterior y el anterior por cuestas interminables y suelos inestables. Y para colmo, la fatiga a la que tanto temo cuando subo lo que sea… aunque sean las escaleras de la estación del metro…
Considerando todo, y con la imagen de la montaña en mi mente, yo veía que era imposible. Sería algo tremendo y creía no ser capaz. Pero la otra parte de la expedición decidió que sí era posible y sí seríamos capaces de subir a la cima al día siguiente y que sería un cráter espectacular. Y bueno… ¿por qué no intentarlo? A tiempo de dar media vuelta siempre estamos y el camino seguro que vale la pena. El camino siempre vale la pena.
Domingo 11 de diciembre.
6.30 de la mañana… rrrriiiingggggggggggggg. Despertador. A vestirse, a desayunar fuerte en el buffet, al coche y hacia el parque Nacional del Teide.
9 de la mañana. Miramos hacia arriba… allí esta la cima. No pensamos en si lo conseguiremos o no… simplemente comenzamos el camino por el sendero número 9.
Hacía fresco y estaba un poco nublado. Los primeros 30 minutos son sin desnivel. Pero a partir de ahí comienza la temida fatiga. Vamos reduciendo un poco el paso, caminamos despacio, sin prisa, y con las pausas necesarias para coger aire. Pero empiezan a asaltarme las dudas otra vez… entonces reacciono y decido no pensar, solo caminar y disfrutar del paisaje. Seguimos ascendiendo más y más y más…. y más… el aspecto del paisaje va cambiando… esto es increíble. En algunas zonas parece que estés caminando por otro mundo, en otras zonas parece que vayas por un desierto, después son todo lavas completamente negras… esto es una pasada.
Durante gran parte de la travesía sólo importa el presente, ese momento de cada paso; sólo caminamos, sin pensar ni en la cima, ni en lo que llevamos andado, ni en lo que nos queda por andar….solo importa el “ahora”.
Después de dos horas y media o tres, el suelo se convertía en arena gris, con un desnivel importante donde a cada paso que dabas te hundías en el suelo y parecía que no avanzabas nunca. Dabas un paso y descendías tres (eso fue lo que nos dijeron aquellos señores el día anterior) Era un poco desesperante, pero no importaba… un paso, y otro y otro, sin mirar atrás, ni mirar arriba ni a los lados para no darte cuenta de que avanzábamos más lentos que una tortuga coja… como mucho algún vistazo alrededor para ver las vistas, pero después otra vez mirada al suelo, para no pisar en algún sitio no recomendado y escurrirte montaña abajo cientos de metros… termina la arena, el suelo ahora es más firme, seguimos subiendo… foto aquí, vistazo arriba, vistazo abajo… y vemos unos metros más abajo a dos personas subiendo que no habíamos visto antes.
Seguimos hacia arriba… y minutos más tarde esas personas de abajo ya están a nuestro nivel. Resulta que eran dos chicos de Tenerife, que vivían en los pueblecitos más cercanos a aquella zona y habían decidido hacer por primera vez el sendero número 9, que no lo habían hecho nunca (aunque habían hecho muchos otros por el lugar). Nos dijeron que el sendero número 9 era de los más difíciles (ya decía yo jejeje) Seguimos subiendo casi sin aliento. Los chicos nos adelantaron, siguieron hacia arriba y los perdimos de vista.
Al cabo de un buen rato… ¡Está ahí, estamos llegando, ya es nuestro! Esas palabras entraron como aliento fresco en mis pulmones dándome un poco más de energía para continuar; no podía ser… ¡lo íbamos a conseguir!
Por allí estaban los chicos que nos adelantaron, nos vieron llegar a la cima, con caras de súplica (suplicando oxígeno y ver ese cráter ya de una vez, después de cuatro horas y algo más de duro ascenso)
Nos acercamos y entonces…. allí estaba. El cráter más grande y más profundo que habíamos imaginado jamás. Espectacular, grandioso, majestuoso, cualquier adjetivo se queda insignificante. Los chicos nos preguntaron con una sonrisa: ¿a que el esfuerzo valió la pena? Yo sólo pude contestar: “es una pasada” No tenía palabras... (ni más aliento para poder hablar). Allí estuvimos en silencio, recuperándonos del esfuerzo mientras contemplábamos aquel impresionante paisaje.
De repente abajo, caminando por el cráter, vimos a dos personas… ¿cómo llegaron hasta allí? Sólo ellos lo saben. Los chicos pensaron que debían de ser científicos por encontrarse allí dentro.
Cuando recuperamos el aliento, comimos y bebimos y totalmente reconfortados por haber alcanzado ese tres mil, decidimos que era hora de marchar. Última mirada al cráter y media vuelta. Ahora toca descender… los descensos suelen ser menos fatigosos pero más peligrosos, además es donde las rodillas más sufren. La ruta no está terminada hasta que vuelves al punto de partida.
Lo más curioso fue que a esos dos hombres que caminaban por el cráter nos los encontramos durante el camino de vuelta y nos saludaron: “hola gente, ¿qué tal? ¿disfrutando del día?, esto es maravilloso, ¿eh? ale, sigan disfrutando del día” y tal como aparecieron, desaparecieron en la lejanía. No sé si serían científicos o no, lo único que sé es que parecía que llevaban toda la vida subiendo montañas y llevaban un semblante de estar dando un paseo por la orilla del mar… ¡¡¡¡y uno de ellos iba en manga corta mientras yo llevaba mi polar alpino!!!! ¿científicos, perturbados, lugareños…? Sólo ellos lo saben.
El descenso resultó bastante cómodo cuando cogimos el truco de caminar sobre la arena y dejarnos guiar por la inercia y el peso de nuestros propios cuerpos. Íbamos a pasos agigantados, frenando un poco el impulso para no caernos, pero el lugar por donde antes más duro resultó subir, ahora era por dónde más fácil resultó bajar. En algún momento quedamos maravillados por el color rojizo del paisaje, producido por la incidencia de los rayos de sol en la piedra del camino. De verdad que parecía otro mundo.
El último tramo, el que era sin desnivel, se nos hizo pesado. Pies y piernas se habían acostumbrado a caminar en desnivel y aquello parecía extraño… estábamos muy cansados. Por fin llegamos al punto de inicio, donde habíamos dejado el coche.
Echamos la vista atrás y allá arriba, impasible e imperturbable, se alzaba Pico Viejo. Por un momento tuvimos la sensación de que todo había sido un sueño de superación y victoria. Pero allí estuvimos… y aquello que vimos y sentimos todavía perdura dentro de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario